miércoles, 25 de julio de 2018

Té y budismo. El arte de vivir el presente.

   

        Con frecuencia, me suelen preguntar por qué razón me gusta tanto el té. Mi interés por todo lo relacionado con la cultura del té tuvo su origen, siendo yo todavía un adolescente, en la lectura de libros que trataban sobre filosofía oriental. Años más tarde, cuando comencé a estudiar una licenciatura en la Universidad de Granada, no tardé en hacerme cliente habitual de algunas de las teterías que ya, por aquel tiempo, habían abierto sus puertas en la ciudad. Me gustaba experimentar nuevos sabores, probar tés diferentes: marroquí, tunecino con piñones, saharaui, ruso, pakistaní con leche...  Granada entera se abría ante mí como un universo pleno de sabores, olores, colores, sonidos...  que parecían competir por encandilar mis sentidos. Hay que decir que entonces yo era muy joven, apenas tenía dieciocho años, y venía de vivir en un entorno rural, así que mi capacidad de sorpresa era enorme.

     El estudio de la filosofía budista me ha enseñado, el gran valor que tiene conservar esa capacidad de asombro, esa posibilidad de mirar con ojos nuevos nuestro entorno, a cada momento. Cuando vives con los sentidos despiertos, con la atención enfocada en el presente de forma continua, puedes experimentar más fácilmente empatía, hacia las personas cercanas y el lugar donde te encuentras. Vivir con plena atención el presente relaja la mente y eso hace que sintamos un gran placer. Para quien ha entrenado su mente, ese estado de plena atención puede experimentarse en cualquier momento del día y durante la realización de cualquier actividad. Aún cuando no exista dicho entrenamiento mental, todos sabemos que cualquier persona puede experimentar placer cuando realiza alguna actividad que requiere un grado de concentración alto, como por ejemplo: viajar a lugares desconocidos, practicar deportes de riesgo, realizar alguna actividad artística, practicar el sexo... sin embargo, aunque pueda parecer sorprendente, el placer que podemos encontrar en estas actividades no está en la acción en sí, sino que descansa en la atención, en la concentración que en ese momento pone nuestra mente para realizarlas. 

     Ahora vuelvo a hacerme la misma pregunta que al principio de este escrito, ¿por qué me gusta beber té?... pues, sobre todo, porque el olor y el sabor del té me invitan a vivir intensamente el momento, serenando mi mente. Pero, además, hay otra razón y es que tomar té me ayuda a visualizar mentalmente, mediante imágenes, lugares, personas o vivencias del pasado, con todo lujo de detalles. Así es, como a diario, gracias al té, puedo "viajar", de nuevo, a multitud de sitios en los que he vivido, lugares que visité hace años y que parecen guardar para mí, "píldoras de gran felicidad" cuando acudo de nuevo a ellos. Hay tés que me recuerdan el olor de los jardines de arrayán de la Alhambra cuando están, por la mañana, recién regados; otros, el perfume de los jazmines en los claustros del Museo de Bellas Artes de Sevilla; incluso el aroma a tierra y cuero de algunos tés puerh parecen conectarme con las calles de la judería cordobesa...  Bebiendo té, vuelvo otra vez a sentir la alegría de un joven que recorre el laberinto de calles de las medinas andaluzas, entro en sus patios, huelo sus flores... bebiendo té, en definitiva, recuerdo la razón para la que he regresado a este mundo y mi mente, relajada, se siente libre.



La larga mesa del puesto de especias de "El Titi" lleva décadas llenando con
los aromas de las plantas medicinales y las mezclas de tés perfumados, los
alrededores de la puerta de San Jerónimo, en la Catedral de Granada.

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