jueves, 17 de diciembre de 2009

Pintando en la finca del Gurullón


Durante la primera mitad del mes de diciembre, he tenido la oportunidad de visitar la última exposición del pintor giennense Manuel Kayser Zapata , titulada Pintando en la finca del Gurullón. Me gustaría, a través de este escrito, compartir con vosotros la experiencia de contemplar estos cuadros.


Manuel Kayser es un artista de sólida formación. Buen conocedor del oficio de pintor, su estilo prescinde de cualquier artificio innecesario; todo aparece representado sin detalles, a partir de un segundo, de un tercer plano. Esta huida intencionada de la nitidez convierte a cada cuadro en puerta de entrada al mundo de lo onírico. Aunque el soporte es figurativo lo importante no es tanto pintar la realidad, como representar lo que hay más allá de ella; conectar con la realidad espiritual que hay más allá de la apariencia de las cosas.

Cada uno de sus cuadros es un acto de amor, de comunión con el entorno. El pintor se convierte en un intermediario entre dos mundos, que guía a nuestra alma para que ésta sepa leer en el corazón de las cosas y entre en conexión con esa otra realidad aparte, secreta, divina, que encierra todo cuanto nos rodea. Cada planta, cada flor, cada surco en la tierra se convierten en un remanso de paz, en alimento para nuestro espíritu. Desnudos de equipaje y embriagados en un eterno presente, contemplamos a través de estas pinturas el alma de las tierras de Jaén para fundirnos con ella.

A veces el pintor araña y rasga el soporte como si quisiera dejar al descubierto los secretos que hay más allá de las formas, lo que da idea de la pasión del proceso creativo. Una pasión que es amorosa, compensada, como está, por la dulzura de las formas y el silencio del color.

Mientras observo los cuadros de Manuel Kayser, me viene a la memoria lo que me explicaba, hace ya muchos años, uno de mis maestros, el pintor tosiriano José López Arjona: “el buen pintor no es necesariamente aquel que dibuja con la máxima perfección un ramo de flores, pues el resultado puede llegar a ser de tal frialdad que cree una barrera entre el espectador y la obra; sino el que con unos trazos y unas manchas, aunque sean aparentemente informes, consigue que éstas puedan evocar el aroma de aquellas plantas sólo con mirarlas”.
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